El origen evolutivo de las neurodivergencias
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¿Prefieres ver solo el mapa mental que resume las ideas? Lo encontrarás al final del artículo aquí.
Muchas personas se preguntan porque existen las neurodivergencias y dónde se han originado esa desviación…
Pero, antes de preguntarnos cuándo y dónde surgieron las neurodivergencias, debemos aclarar algo crucial: la neurodivergencia no es una enfermedad, sino una variación natural, normal e indispensable del cerebro humano.
Si partimos de esta premisa, la pregunta cambia radicalmente. No se trata de cuándo aparecieron las «anomalías», sino cuándo el cerebro humano se diversificó lo suficiente como para permitir múltiples formas de percibir, procesar y responder al mundo.

Spoiler: esto no ocurrió en Silicon Valley. Ni en la Viena de Freud. Sino mucho antes… cuando aún caminábamos entre mamuts.

La neurodivergencia como estrategia evolutiva
La diversidad neurológica probablemente ha existido desde que el Homo es sapiens, e incluso antes. Desde una perspectiva evolutiva, la variabilidad es la clave de la supervivencia. En una tribu paleolítica, tener individuos con diferentes formas de pensamiento no solo era útil: era esencial a la supervivencia.
- El más meticuloso y obsesivo —hoy diríamos con rasgos autistas— era el que sabía exactamente cuándo migrar los bisontes, que podía detectar peligros en el ambiente como una serpiente escondida con su camuflaje natural.
- El impulsivo y curioso —con rasgos tipo TDAH— era quien exploraba nuevos territorios (y encontraba cuevas habitables, frutas comestibles o presas a casar).
- El hiperemocional, sensible o introspectivo —hoy etiquetado como «altamente sensible» o con ansiedad— podía detectar señales de peligro antes que los demás.
- Y el visionario, el de pensamiento no lineal y asociaciones inesperadas —posiblemente una persona con altas capacidades— era quien inventaba herramientas, creaba símbolos, o imaginaba que el fuego no era un enemigo sino un aliado.

¿Resultado? La tribu sobrevivía mejor gracias a su diversidad cognitiva.
Vamos a ver más en detalle cada neurodivergencia y porque esas evoluciones eran indispensables…
Los observadores de los detalles: guardianes del peligro invisible

En las sociedades de cazadores-recolectores, una habilidad poco común resultaba decisiva: la capacidad de detectar detalles minúsculos en el entorno. Mientras la mayoría del grupo veía el conjunto —la llanura, el río, la puesta de sol— algunos individuos percibían lo que los demás no: una sombra que no debería estar ahí, el movimiento imperceptible de una serpiente camuflada, un rastro apenas visible de un animal.
Esta capacidad, probablemente ligada a variantes neurológicas que hoy se asocian al espectro autista, ofrecía una ventaja evolutiva formidable: la detección precoz de amenazas invisibles.
Sin embargo, este tipo de procesamiento conllevaba un costo: al centrar su atención en el mundo exterior con precisión casi quirúrgica, estos individuos podían tener más dificultad para interpretar señales sociales sutiles, como expresiones faciales ambiguas o matices emocionales en la interacción grupal.
A cambio de su hiperfoco perceptivo, pagaban con cierta torpeza social. Pero gracias a ellos, el grupo sobrevivía.

Los atentos a todo: exploradores de lo inexplorado

Otros, en cambio, desarrollaron una atención distribuida, rápida, saltarina, siempre conectada con todo lo que ocurre alrededor. Eran los primeros en notar un sonido extraño, un olor nuevo, una huella fresca. Su cerebro no se fijaba en una sola cosa, sino en todo a la vez.
Esta forma de procesamiento —hoy etiquetada como TDAH— resultaba inestimable para la supervivencia colectiva: exploraban territorios nuevos, descubrían recursos escondidos, guiaban a la tribu fuera del peligro. Eran exploradores, cazadores veloces, recolectores inquietos.
Pero había un precio: en contextos que exigían constancia, repetición o atención sostenida (como tallar herramientas durante horas o escuchar largas instrucciones), su mente se dispersaba. Lo que hoy se llama déficit, entonces era dinamismo. Un cerebro hecho para moverse en un mundo cambiante, no para quedarse quieto en un pupitre.

Los sensibles: sismógrafos emocionales y puentes con lo invisible

También existían aquellos que sentían todo con más intensidad: sonidos, luces, olores, emociones. Sus sentidos eran como piel sin filtro, y su mundo interior, un torbellino. Pero esta sensibilidad aguda tenía funciones esenciales: detectaban cambios en el clima, percibían tensiones en el grupo antes de que estallaran, comprendían el sufrimiento ajeno, escuchaban a la tierra y al cuerpo.
Estas personas —probablemente las precursoras de los chamanes, curanderos y líderes espirituales— ayudaban a mantener el equilibrio ecológico, psicológico y social del clan. Eran los traductores del mundo invisible. Seguramente, fueron los primeros a sufrir de la muerte de un miembro del clan y fueron los que decidieron sepultar a los muertos en vez de dejar sus cadáveres tirados para los carroñeros.
Sin embargo, su don también traía sufrimiento: vivían con sobrecarga sensorial y emocional, se desbordaban con facilidad, necesitaban momentos de soledad, silencio, ritual. La tribu que los acogía y los protegía, se beneficiaba de su sabiduría. La sociedad moderna, en cambio, los etiqueta de “hipersensibles”.

Los pensadores estratégicos: ingenieros del Paleolítico

Y, por supuesto, estaban los individuos con una capacidad inusual de razonamiento lógico, abstracción y anticipación. No sólo comprendían mejor el entorno natural, sino que podían simular mentalmente escenarios futuros, prever resultados, identificar patrones complejos.
Eran quienes ideaban herramientas más eficientes, diseñaban trampas para cazar, organizaban migraciones según las estaciones, o comprendían los ciclos de los astros. Lo que hoy denominamos altas capacidades intelectuales era, en aquella época, una ventaja evolutiva crucial para la innovación tecnológica y la organización grupal. Su mente no solo resolvía problemas, sino que creaba nuevas posibilidades.
Claro que ese tipo de pensamiento también podía alejarlos del grupo: su lenguaje era más abstracto, su ritmo mental más veloz, su necesidad de estimulación intelectual mayor. Pero sin ellos, probablemente aún usaríamos palos para todo.

De las cavernas a las ciudades: cuándo se volvió “un problema”
Durante decenas de miles de años, esta diversidad fue funcional. Pero algo cambió. Con la revolución neolítica (hace unos 10.000 años), el ser humano se volvió sedentario, agrícola, jerárquico, predecible. Se empezaron a premiar los comportamientos normativos, repetitivos y obedientes. La escuela reemplazó al aprendizaje experiencial. El campo visual se redujo al surco del arado.
Y entonces, los cerebros que no se adaptaban a esta nueva normalidad comenzaron a ser vistos como “anormales”. El que no podía quedarse quieto en clase era un problema. El que pensaba demasiado, sentía demasiado, o hablaba de ideas raras era excéntrico, peligroso o enfermo. El que cuestionaba, proponía o desafiaba el orden era etiquetado o excluido.
Fue en este contexto —urbano, masivo, industrial— donde la neurodivergencia empezó a ser patologizada pero sus habilidades especificas eran todavía necesarias para no decir indispensables para la humanidad.

Neurodivergencias extintas: las mentes que el tiempo olvidó
Es muy probable que, a lo largo de los milenios, hayan existido otros tipos de configuraciones neurocognitivas que hoy no reconocemos ni clasificamos, simplemente porque ya no están entre nosotros.

Si aceptamos que el cerebro humano es una expresión de la evolución, entonces debemos aceptar también que la neurodiversidad ha sido siempre un ecosistema cambiante, en el que algunas formas de pensar y sentir florecen durante un tiempo… y luego desaparecen.
Tal vez hubo personas con una percepción especial de los ciclos astronómicos, mentes absolutamente sincronizadas con los ritmos migratorios de las presas, o con una memoria corporal tan refinada que podían transmitir danzas rituales durante generaciones sin lenguaje verbal.
Eran útiles, incluso esenciales, en un determinado contexto histórico, ecológico o social, pero cuando ese contexto cambió —cuando llegó la agricultura, la escritura, la urbanización, o la digitalización— esas habilidades dejaron de ser adaptativas, y los cerebros que las portaban dejaron de pasar sus genes.
Así, algunas formas de neurodivergencia se extinguieron, no por ser “malas” o “inferiores”, sino porque su momento ya había pasado. La historia del pensamiento humano también es una historia de desapariciones invisibles.
Y por eso, proteger la neurodiversidad actual no es solo un acto ético, es un acto de conservación evolutiva.

¿Dónde nace la idea de “neurodivergencia”?
La palabra “neurodivergencia” fue acuñada en los años 90 por la socióloga australiana Judy Singer, una mujer en el espectro autista que, cansada de ver cómo su forma de pensar era sistemáticamente tratada como un “trastorno”, propuso un cambio de mirada radical: no somos cerebros defectuosos, somos cerebros diferentes. De allí surgió el concepto de neurodiversidad…
Durante los años 2000, el discurso empezó a migrar desde lo activista hacia lo científico. Numerosos estudios comenzaron a demostrar que distintas neurodivergencias —como el TDAH, el autismo, la dislexia o las altas capacidades— no solo tenían bases genéticas claras, sino que también estaban asociadas a habilidades cognitivas específicas y extraordinarias, como el pensamiento lateral, la creatividad visual, la hiperatención al detalle, la memoria de trabajo aumentada, la alta sensibilidad moral y emocional, etc. En lugar de ver estas diferencias como un “fallo del sistema nervioso”, algunos investigadores comenzaron a verlas como estrategias alternativas de procesamiento cognitivo, útiles en determinados contextos evolutivos y culturales.
Sin embargo, no fue sino hasta los años recientes, y especialmente a partir de 2022, que esta visión comenzó a consolidarse como un cambio de paradigma emergente. Cada vez más científicos, educadores, tecnólogos y filósofos empiezan a considerar que las neurodivergencias no son meros perfiles atípicos que debemos “tolerar” por compasión, sino que son formas imprescindibles de cognición para imaginar lo que no existe, visualizar lo que otros no ven, conectar ideas inesperadas, inventar herramientas, formular hipótesis audaces y, en última instancia, hacer evolucionar a la humanidad.
En una época en la que la automatización y la inteligencia artificial pueden replicar la lógica convencional, lo más valioso que tiene nuestra especie es justamente aquello que no encaja en la norma: el pensamiento divergente, el error creativo, la percepción desalineada, la emoción radical, la mente no domesticada. La neurodivergencia ya no es solo una “condición”: es el faro de lo que todavía puede ser creado.
Cien mil años de evolución para que recién en 2022 empecemos —por fin— a redescubrir la neurodivergencia como lo que siempre fue: un conjunto de habilidades indispensables para la supervivencia, la innovación, la evolución y el alma misma de la humanidad.

Evidencias antropológicas y genéticas
Probablemente, está pensando que eso es pura teoría y que no hay nada que respalda esa buena idea y que es una idealización de gentes raras para justificar sus rarezas o comportamientos divergentes… Obviamente no es fácil investigar temas de neurodiversidad hace 100.000 años, existen estudios científicos sobre esos temas que respaldan esa teoría.
Aunque no podemos hacer un escáner cerebral a un neandertal, la genética moderna ha permitido detectar variantes asociadas al autismo, al TDAH o a la creatividad en ADN fósil. Algunas variantes implicadas en condiciones neurodivergentes tienen una antigüedad de más de 50.000 años y han persistido en la población, lo que sugiere que ofrecieron ventajas evolutivas.
Además, estudios de antropología cultural muestran que muchas sociedades tradicionales (aborígenes australianos, tribus amazónicas, comunidades indígenas del Ártico) tienen roles sociales específicos para personas con formas de pensamiento no normativas: chamanes, visionarios, sabios, narradores, curanderos. No son excluidos… al contrario son valorados.

El pasado nos habla

La idea de que las neurodivergencias forman parte del repertorio evolutivo del ser humano no es solo una intuición provocadora: también está respaldada por evidencias genéticas, arqueológicas y antropológicas que han ido emergiendo en las últimas dos décadas.

Las huellas genéticas de la diversidad neurocognitiva
Gracias al desarrollo de la genética evolutiva, hoy sabemos que algunos de los genes asociados a condiciones como el autismo, el TDAH o la dislexia tienen una antigüedad de decenas de miles de años y están presentes en poblaciones humanas de todo el mundo. Esto sugiere que no son mutaciones recientes ni patológicas, sino variantes estables del genoma humano.
Un ejemplo clave es el gen DRD4-7R, una variante del receptor de dopamina asociada al TDAH, a la impulsividad y al comportamiento explorador. Investigaciones como la de Chen et al. (1999) mostraron que este alelo es mucho más frecuente en poblaciones nómadas o recientemente migrantes, lo que sugiere que confería ventajas en contextos donde la exploración, la atención distribuida y la búsqueda de novedades eran adaptativas.

Otra evidencia proviene de estudios sobre el autismo. Investigadores como Simon Baron-Cohen han propuesto que algunos rasgos autistas están ligados a lo que llaman un “cerebro hipersistematizador”, especialmente eficiente en la identificación de patrones, reglas y estructuras. El equipo de Geschwind & Levitt (2007) también ha identificado redes genéticas vinculadas al autismo que están implicadas en el desarrollo temprano del cerebro y en funciones cognitivas superiores, no simplemente en déficits.
Además, análisis de ADN antiguo (por ejemplo, en los genomas de neandertales y denisovanos) han revelado la presencia de variantes que hoy asociamos a la diversidad neurocognitiva. El Proyecto 1000 Genomas y estudios posteriores han permitido rastrear estas variantes en distintas poblaciones humanas, mostrando que han sido conservadas por selección natural, lo cual refuerza su utilidad evolutiva.
Rastros en los huesos y en las cuevas: la arqueología de la mente divergente
Más allá del ADN, hay indicios indirectos en el registro arqueológico que apuntan a la existencia de formas de pensamiento no normativas en el Paleolítico. Por ejemplo, los entierros rituales complejos, el uso de pigmentos simbólicos, las pinturas rupestres abstractas y la fabricación de herramientas avanzadas sugieren la presencia de individuos con capacidades cognitivas excepcionales y modos de percepción poco comunes.

Las cuevas de Chauvet, Altamira o Lascaux no solo son galerías de arte prehistórico, sino ventanas a un tipo de mente capaz de crear símbolos, narrar historias visuales, y conectar lo visible con lo invisible. Algunos arqueólogos, como Steven Mithen en su obra The Prehistory of the Mind, argumentan que la emergencia del pensamiento simbólico, del lenguaje metafórico y de la imaginación ritualizada pudo deberse a individuos con cerebros configurados de forma distinta a la media. Es decir, neurodivergentes.
También hay estudios etnográficos comparativos con pueblos indígenas actuales que sugieren que ciertos roles sociales se asignaban espontáneamente a personas con formas atípicas de percepción y comportamiento. En comunidades tradicionales de Siberia, Mongolia, América o África, los chamanes, visionarios o sabios del clan a menudo presentan rasgos que hoy podrían clasificarse como neurodivergentes: aislamiento social, sensibilidad sensorial extrema, episodios de trance, pensamiento lateral, etc. Lejos de ser marginados, eran considerados mediadores entre mundos.


Ciencia y reevaluación: del déficit a la diversidad
Un giro importante en este campo ha sido el trabajo de investigadores como Thomas Armstrong (The Power of Neurodiversity, 2010) o Robert Sapolsky, que han abogado por reinterpretar los llamados «trastornos» del neurodesarrollo como variaciones cognitivas funcionales en determinados contextos ecológicos.
Más recientemente, estudios como los de Crespi (2016) han propuesto modelos evolutivos que explican la persistencia de rasgos autistas y esquizotípicos en la población como parte de un «continuo cognitivo adaptativo», donde distintas estrategias mentales coexisten y se equilibran en el acervo genético humano.
Si te interesa investigar más sobre ese tema, encontrarás diferentes fuentes y estudios clave al final…
¿Por qué sigue existiendo la neurodivergencia si “no sirve”?
Error de base. No es que no sirva. Sirve para otra cosa.
El sistema educativo y laboral contemporáneo está optimizado para la media estadística, para lo repetible, para la eficiencia. Pero la evolución no premia la media, sino la adaptabilidad.
En tiempos de crisis, cambio o colapso, los cerebros divergentes pueden ser los únicos capaces de encontrar salidas inesperadas. Por eso persisten. Porque aportan novedad, creatividad, anticipación, disrupción. Son el genio en la penumbra. El outlier que no cuadra… pero abre caminos.
¿Por qué sigue existiendo la neurodivergencia si “no sirve”?

Si la neurodivergencia fuese simplemente un conjunto de disfunciones, la selección natural se habría encargado de eliminarla hace miles de años. Como lo hemos visto antes, es muy probable que lo haya hecho con otras neurodivergencias que no sirven desde que la humanidad dejo de ser cazadores recolectores. Y sin embargo, ahí siguen unas neurodivergencias: persistente, global, genética, universal. No solo no han desaparecido, sino que han acompañado fielmente al Homo sapiens desde las cavernas hasta Silicon Valley. La razón es sencilla y profunda a la vez: las neurodivergencias no son errores del sistema, sino variaciones necesarias para su equilibrio y su evolución.

En nuestra época, cada una de estas formas de procesamiento mental, a pesar de sus desafíos, está ligada a talentos específicos de gran valor. El problema no está en las personas, sino en los entornos que no saben reconocer ni cultivar estas habilidades —en especial el sistema escolar, que promueve la homogeneidad, la obediencia y la multitarea mediocre, en lugar de la singularidad, la profundidad y la genialidad lateral.
A continuación, una lista no exhaustiva de algunas neurodivergencias comunes y las habilidades excepcionales que suelen acompañarlas:

Altas capacidades intelectuales
- Razonamiento abstracto y lógico superior
- Curiosidad insaciable
- Aprendizaje acelerado y pensamiento metacognitivo
- Creatividad disruptiva e independencia de juicio
- Alta sensibilidad emocional y moral
- Necesidad de sentido y profundidad existencial
Son perfiles que, bien acompañados, pueden generar avances significativos en ciencia, filosofía, arte, tecnología o activismo. Pero el sistema escolar suele aburrirlos, aislarlos o forzarlos a adaptarse a una mediocridad funcional, lo que puede derivar en sufrimiento, ansiedad o fracaso escolar paradójico.
Autismo (particularmente el perfil de «alto funcionamiento»)
- Pensamiento lógico y estructurado
- Detección de patrones complejos
- Memoria excepcional (especialmente visual o factual)
- Hipersensibilidad sensorial que permite atención extrema al detalle
- Ética interna firme y pensamiento independiente
- Capacidad de hiperfoco profundo en temas específicos
Estas habilidades son claves para la investigación científica, la programación, el diseño de sistemas, el análisis forense, la matemática pura, entre otros campos. Sin embargo, en la escuela tradicional, se penaliza la rigidez, el literalismo, la necesidad de rutina o la dificultad para socializar.
Trastorno de déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDAH)
- Pensamiento rápido y divergente
- Capacidad para manejar muchos estímulos a la vez
- Espontaneidad creativa y sentido del humor
- Resistencia al aburrimiento: necesidad de innovación
- Alta energía física y mental
- Valentía para asumir riesgos y explorar lo desconocido
Este perfil es ideal para emprendedores, artistas, líderes en contextos de crisis, exploradores, creativos publicitarios, investigadores en campo. Pero en la escuela se castiga con frases como «no presta atención», «no termina lo que empieza», «molesta en clase».
Dislexia
- Pensamiento visual y tridimensional
- Creatividad narrativa e intuitiva
- Resolución de problemas por vías no convencionales
- Empatía emocional y percepción holística
- Capacidad de conectar ideas de forma transversal
- Memoria visual de alto nivel
Muchos arquitectos, diseñadores, ingenieros, narradores, inventores y cineastas exitosos han sido disléxicos. Pero la escuela, obsesionada con la lectura lineal y la escritura ortodoxa, etiqueta a estos estudiantes como «lentos» o «problemáticos».
La minoría que empuja el mundo
La humanidad no avanza gracias a los que piensan igual, sienten igual y obedecen bien. Avanza gracias a los que ven lo que otros no ven, piensan lo impensable, se incomodan con lo que todos aceptan. La diversidad neurocognitiva no es una anomalía que tolerar: es el motor invisible de nuestra evolución cultural, científica y espiritual.
Tener un 10%, un 5% o incluso un 1% de personas que procesan la realidad de manera diferente no es un lujo, es una necesidad adaptativa. Esas personas, aunque hoy sufran en aulas homogéneas y empresas inflexibles, son las mismas que mañana inventarán nuevas formas de vivir, curar, crear, habitar. Su diferencia no es el error del sistema, es su única posibilidad real de transformación.

Entonces no preguntes cuándo empezó. Pregunta cuándo lo olvidamos.
La neurodivergencia no es una anomalía moderna, ni una moda posmoderna. Es parte de nuestro legado evolutivo. Es la prueba de que el cerebro humano no está solamente hecho para encajar, unos cerebros están diseñados para pensar, imaginar, explorar, visualizar, descubrir, inventar y hacer avanzar la humanidad en nuevos caminos aún no descubiertos.
La pregunta importante no es “cuándo apareció la neurodivergencia”, sino:

¿Cuándo empezamos a pensar que sólo había una forma correcta de ser humano?
Y quizás, si somos lo suficientemente audaces —o simplemente lúcidos—, podamos hacer de esta época un punto de retorno. Un renacimiento de la tribu diversa. Del Homo Sapiens plural. Del cerebro que baila, salta, observa, crea y sueña… aunque lo llamen trastorno.

El enfoque de Umanchay
La asociación Umanchay piensa que la neurodiversidad, sobre todo cuando está asociada a altas capacidades debe ser no solamente valorizada, pero, además, se debe ofrecer las herramientas que el sistema escolar no ofrece para poder desarrollar el potencial enorme de las personas neurodivergentes.
No negamos los desafíos cotidianos de la neurodivergencia, pero nos enfocamos en las habilidades específicas. Creamos que reuniendo personas neurodivergentes diferentes permite no solamente hacer desaparecer los ángulos muertos y limitaciones de cada neurodivergencia, pero, además sumar los talentos hacia cosas que pueden aportar mucho a la humanidad. No dudes en descubrir todo lo que Umanchay puede aportar…

Fuentes y estudios clave
- Chen, C. S., Burton, M., Greenberger, E., & Dmitrieva, J. (1999). Population migration and the variation of dopamine D4 receptor (DRD4) allele frequencies around the globe. Evolution and Human Behavior, 20(5), 309–324.
- Geschwind, D. H., & Levitt, P. (2007). Autism spectrum disorders: developmental disconnection syndromes. Current Opinion in Neurobiology, 17(1), 103–111.
- Baron-Cohen, S. (2002). The extreme male brain theory of autism. Trends in Cognitive Sciences, 6(6), 248–254.
- Crespi, B. (2016). The evolutionary biology of autism. In: Evolutionary Perspectives on Child Development and Education. Springer.
- Armstrong, T. (2010). The Power of Neurodiversity: Unleashing the Advantages of Your Differently Wired Brain. Da Capo Lifelong Books.
- Mithen, S. (1996). The Prehistory of the Mind: The Cognitive Origins of Art, Religion and Science. Thames & Hudson.
- Project 1000 Genomes (2015): análisis de variantes genéticas globales.
- Sapolsky, R. (2017). Behave: The Biology of Humans at Our Best and Worst. Penguin.
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