Cambio de paradigma sobre las neurodivergencias...
De la patología al potencial...
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¿Prefieres ver solo el mapa mental que resume las ideas? Lo encontrarás al final del artículo aquí.
Durante décadas —siglos, en realidad— la diferencia neurológica ha sido observada a través del prisma del déficit. Como si la mente humana debiera ajustarse a un único molde, se ha insistido en corregir, normalizar, formatear, todo aquello que se aleje del patrón dominante.
Autismo, TDAH, dislexia, altas capacidades, entre otras formas de neurodivergencia, han sido vistas como desviaciones que debían ser «tratadas» para que la persona pudiera «funcionar» en una sociedad pensada, diseñada y gobernada por lógicas neurotípicas.

Pero algo está cambiando. Y no es un cambio menor: ¡Es un verdadero cambio de paradigma!

Una evolución histórica: de lo clínico a lo valioso
La transformación de la mirada sobre la neurodivergencia no ha ocurrido de la noche a la mañana; ha sido un proceso lento, pero profundo.
En los años 90, con la emergencia del concepto de “neurodiversidad” impulsado por activistas como Judy Singer, se empieza a visibilizar la idea de que las diferencias neurológicas no son fallos que hay que corregir, sino variaciones naturales del cerebro humano.
Durante los años 2000 y especialmente a partir de la década de 2010, las investigaciones científicas y los testimonios en primera persona comienzan a revelar que muchas de estas diferencias están asociadas a habilidades cognitivas específicas: atención al detalle, pensamiento lateral, procesamiento visual o auditivo excepcional, entre otras.
Y más recientemente, desde aproximadamente 2022, se está consolidando una nueva visión aún más disruptiva: la neurodivergencia no solo es una diferencia ni una colección de talentos aislados; es un don adaptativo, una forma de pensamiento singular con el potencial de impulsar descubrimientos, crear nuevas narrativas, innovar en ciencia, arte, tecnología y cuestionar los sistemas obsoletos. Es, en suma, un motor evolutivo que nos desafía a pensar lo impensado.
El mito de la normalidad

Todo este paradigma se sostiene, sin que lo digamos en voz alta, sobre un mito tan persistente como frágil: el mito de la normalidad. Pero ¿qué es lo normal? ¿Una media estadística? ¿Un estándar médico? ¿Una construcción social interesada en homogeneizar? La neurología humana, cuando se estudia sin sesgos clínicos, revela un espectro de funcionamientos mucho más amplio de lo que el discurso dominante reconoce. Nadie encarna la norma en su totalidad. Todos —sin excepción— tenemos rarezas cognitivas, sensibilidades particulares, formas únicas de procesar el mundo. Etiquetar a una parte de la población como “divergente” presupone que el resto es homogéneamente típica.
Pero esa supuesta neurotipicidad es una ficción cómoda, una simplificación útil para gestionar la educación, la medicina o el mercado laboral… no una verdad científica. En realidad, la neurodivergencia no es la anomalía: es la evidencia de que la mente humana nunca fue monolítica.

La neurodivergencia como ventaja evolutiva
Si las formas atípicas de pensar fueran verdaderamente disfuncionales en todos los sentidos, la evolución ya las habría eliminado. Pero no lo ha hecho. Ni el autismo, ni el TDAH, ni la dislexia, ni otros perfiles cognitivos diferentes han desaparecido. Al contrario: se mantienen con una frecuencia notable en todas las culturas, épocas y linajes humanos. ¿Por qué? La respuesta más probable es que estas variantes no son errores, sino estrategias adaptativas.
Mientras la mayoría del grupo humano se ocupa de las tareas rutinarias, del orden, de la previsibilidad, una minoría —más impulsiva, más intuitiva, más obsesiva o más creativa— explora nuevos caminos, detecta anomalías, desafía lo establecido y crea nuevas tendencias.
Esta diversidad funcional dentro del grupo es lo que ha permitido a nuestra especie no solo sobrevivir, sino imaginar lo que aún no existe. La neurodivergencia es, en este sentido, una reserva evolutiva de innovación. Y negarla es como amputar el futuro antes de que ocurra.
Como decía el biólogo, genetista y teórico de la evolución, Theodosius Dobzhansky:
“Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución.”
De la desviación a la diversidad
El concepto de neurodivergencia no niega los desafíos, pero pone el foco en la variabilidad natural de los cerebros humanos, al igual que existe diversidad en el color de piel, la orientación sexual o el estilo de aprendizaje.
Lo que antes era visto como “Trastorno de Déficit de Atención”, ahora puede entenderse también como hiperfocalización selectiva. Lo que se diagnosticaba como “Trastorno del Espectro Autista”, puede leerse como una forma particular de percibir, procesar e interpretar el mundo. Lo que se llamaba “Hiperactividad”, puede ser una forma de energía mental y física que no encaja con la pasividad exigida por el sistema educativo, pero que puede resultar explosivamente creativa en otros contextos.


El modelo médico contra el modelo social
Durante mucho tiempo, la mirada dominante ha sido la del modelo médico: identificar síntomas, etiquetar trastornos, prescribir tratamientos. Esta visión ha tenido aportes importantes, especialmente cuando ha permitido acceso a diagnósticos, explicaciones y apoyos. Pero también ha tenido un efecto pernicioso: ha reforzado la idea de que hay algo “mal” en las personas neurodivergentes, que su diferencia es una enfermedad o un problema que debe ser corregido. Por ejemplo, hasta ahora, el termino: “Trastorno” está asociado con el autismo o el déficit de atención.
“Pienso, luego me marginan”, esa desviación de la famosa frase del filósofo francés René Descartes resume bien el concepto que tienen muchas personas neurodivergentes de la sociedad.
El modelo social, en cambio, plantea que muchas de las dificultades que enfrentan las personas neurodivergentes no provienen tanto de su funcionamiento interno como del entorno en el que deben vivir. Un entorno que exige conformidad, que castiga la diferencia, que prioriza la obediencia por encima de la autenticidad. Es el sistema el que necesita adaptarse, no solo el individuo.
Neurodivergencia y potencial: más allá del mito del genio incomprendido
En este nuevo paradigma, empieza a reconocerse lo que muchas personas neurodivergentes han sabido siempre: que su forma de funcionar no solo implica desafíos, sino también habilidades fuera de lo común. Memoria prodigiosa, pensamiento visual, capacidad para conectar ideas remotas, percepción aguda de patrones, creatividad enorme, hiperempatía, pensamiento lateral, intuición lógica… la lista es tan amplia como las personas mismas.
Por supuesto, hay que evitar caer en el romanticismo del «genio excéntrico». No se trata de convertir la neurodivergencia en un superpoder para el consumo de LinkedIn o TEDx. Vivir con un cerebro que funciona de manera distinta en un mundo que no está diseñado para ello puede ser tremendamente difícil. La ansiedad, la fatiga social, el burnout por uso importante de masking, las crisis de identidad o el aislamiento son reales. Pero eso no invalida el hecho de que, cuando se les permite florecer, muchas personas neurodivergentes despliegan un tipo de pensamiento que es no solo valioso, sino indispensable para los grandes desafíos del siglo 21.


La inteligencia que no se mide en la escuela
El sistema educativo tradicional sigue atrapado en una lógica obsoleta: la del estudiante promedio, obediente, eficiente y repetidor de información. Esta lógica premia la memoria mecánica, la atención sostenida lineal y la conformidad. Pero deja fuera todo un espectro de inteligencias: la fluida, la creativa, la divergente, la intuitiva, la conectiva, la estratégica y la crítica.
Es justamente en esas formas de pensamiento donde muchas personas neurodivergentes brillan. No porque sean mejores, sino porque son distintas. Y porque el futuro —por definición— no se construye con las herramientas del pasado. Necesitamos ideas nuevas, enfoques diferentes, soluciones audaces.
¿Quiénes, sino las personas que piensan distinto van a imaginar caminos no recorridos?
De la corrección al desarrollo
El gran cambio de paradigma, entonces, es este: dejar de ver a las personas neurodivergentes como fallos del sistema que deben ser corregidos, y comenzar a verlas como portadoras de un potencial que necesita ser comprendido, cultivado y liberado.
Esto no significa negar las dificultades. Pero sí implica cambiar la pregunta de “¿cómo lo arreglo?” por “¿qué necesita para desplegar su singularidad?”. Significa pasar de la intervención correctiva al acompañamiento respetuoso. De la normalización a la personalización. De la frustración a la curiosidad.

Neurodivergencias: en lugar de formatear, potenciar
En vez de imponer máscaras sociales y estrategias de camuflaje, necesitamos fomentar el desarrollo de las habilidades propias de cada perfil neurológico. En lugar de obsesionarnos con «lo que falta», hay que mirar “lo que hay”, incluso si no encaja en el molde estándar.
Sí, muchas personas neurodivergentes necesitan apoyos. Pero no para dejar de ser quienes son, sino para poder ser las personas por el cuál su ADN les ha programado con plenitud.

Sí, hay aspectos disfuncionales que pueden causar sufrimiento. Pero el sufrimiento no viene de la diferencia en sí, sino de no encontrar un entorno donde esa diferencia sea bienvenida, valorada y comprendida.
Los motores ocultos del progreso: cuando pensar diferente cambia el mundo
Si repasamos la historia de la humanidad sin los filtros del relato oficial —ese que glorifica la norma y silencia la diferencia—, descubrimos algo fascinante: los grandes avances, los giros civilizatorios, las revoluciones conceptuales, rara vez han salido de mentes convencionales. Einstein, Newton, Tesla, Curie, Darwin, Ada Lovelace, Alan Turing… no solo eran genios, eran raros. Personas que pensaban al margen del consenso, que veían lo que otros no podían o no querían ver, que cuestionaban los axiomas establecidos, que conectaban ideas de forma no lineal, disruptiva, incluso incómoda.
En tiempos en los que no existía aún el término neurodivergente, muchos de estos pioneros habrían sido etiquetados hoy como autistas, TDAH, disléxicos, bipolares o superdotados. Algunos lo eran. Otros simplemente escapaban tan radicalmente de las normas cognitivas y sociales de su tiempo que resultaban imposibles de clasificar. Y sin embargo, son esas mentes desviadas del centro las que han inventado los lenguajes de programación, las teorías físicas que sostienen nuestra tecnología, las obras de arte que han redefinido lo humano, o los sistemas matemáticos sobre los que se construyen los satélites, las vacunas y los algoritmos.

La historia del progreso humano es, en gran medida, la historia de la desobediencia cognitiva. Y en ese sentido, las personas neurodivergentes no son la excepción: son la regla no reconocida del avance.
Esta verdad ha estado velada por una sociedad que se incomoda con la diferencia, que prefiere el orden al caos creativo, la obediencia a la innovación, la repetición a la invención. Pero negar el rol de las mentes divergentes en el desarrollo de nuestras civilizaciones es como intentar contar la historia de la música sin hablar de los acordes disonantes.
Es hora de reconocer que la diversidad neurológica no es un obstáculo para el futuro, sino su combustible más potente.

Conclusión: ¿y si el problema no fuera el cerebro, sino el sistema?
La neurodivergencia no es una moda, ni una etiqueta chic. Es una realidad humana que ha existido siempre, y que comienza apenas ahora a ser comprendida con la complejidad que merece. No se trata de negar los desafíos, sino de ampliar la mirada. De abrir espacio a otras formas de pensar, sentir, crear y vivir.
Quizás, después de todo, las personas neurodivergentes no son errores de la evolución. Tal vez son sus exploradores. Los que llevan el pensamiento humano hacia territorios aún no cartografiados.

Y la sociedad, si quiere avanzar, tendrá que aprender no solo a tolerarlas… sino a darles las herramientas para desarrollar su verdadero potencial y escucharlas.
La asociación Umanchay y ese cambio de paradigma
En Umanchay pensamos que la neurodivergencia no es una patología, una anomalía o un defecto. ¡Lo vemos como una brújula que apunta hacia futuros no explorados!
Creemos que lo que hace al genio no es la conformidad, sino la desviación. Por eso estamos ayudando a las personas con altas capacidades y neurodivergencia a desarrollar el potencial que su mente divergente les ha proporcionado.

Estamos también persuadidos que las personas neurodivergentes deben conocer su potencial y sus habilidades específicas.
Sabemos que debemos darles las herramientas y el lugar para desarrollar todo este potencial.
También reconocemos que cada persona neurodivergente tiene sus habilidades fuera de lo común pero también sus ángulos muertos y limitaciones.
Por eso, estamos seguros de que los diferentes tipos de neurodivergencias son complementarias y que reuniendo esas neurodivergencias no solamente se elimina los ángulos muertos o limitaciones pero que, además, se suma los talentos hacia algo extraordinario.
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